La artista encerrada en una torre

Hacía frío y empezaba a nevar. La pequeña juglaresa buscaba posada y refugio donde pasar la noche. Detrás de unos chopos, vio una torre y se dirigió hacia ella para pedir albergue. Aquella torre era muy extraña: después de rodear sus cuatro paredes no encontró ninguna puerta a pie de calle. La construcción tan solo tenía una pequeña ventana en lo más alto.

 

-¿Hola? ¿Hola? ¿Vive alguien ahí?-gritaba la pequeña Juglaresa.

 

Oscurecía, se hacía de noche. En la ventana de la alta torre se podía ver un farol encendido. Alguien vivía allí arriba.

 

-¿Hola?-volvió a gritar la Juglaresa. Esta vez la ventana se abrió.

 

-¿Qué haces ahí, mi pequeña? Sube, o te helarás de frío.

 

De la ventana de la torre se dejó colgar una escala, por la que Juglaresa subió hasta las estancias de la torre. La habitación donde vivía aquella extraña dama estaba llena de libros, algunos instrumentos musicales, un arpa, una zanfona, una viola… Apenas había muebles. Solo un arcón, una cama y un escritorio lleno de pergaminos, recipientes con tintas de colores y todo tipo de cálamos y pinceles.

 

-Ten, mi niña, un poco de caldo calentito de verduras. Entrarás en calor y debes tener hambre.

 

Mientras la pequeña Juglaresa cenaba aquella sopa que le sabía a gloria, observaba a aquella extraña mujer… ¿qué edad tendría? Parecía como si llevara toda la eternidad en aquella estancia. La Dama de la Torre se sentó junto a la ventana. Mientras miraba nevar, tocaba la viola de teclas…

 

(Fragmento del cuento La Dama de la Torre, del Cd La Pequeña Juglaresa).

Vivir entre cuatro paredes para sentirse libres. A lo largo de la Edad Media, una de las posibilidades que tenían las mujeres para sentirse libres, era la opción de elegir una vida encerrada y alejada del mundo cotidiano. Las Emparedadas, también llamadas muradas, ejercían el llamado voto de tinieblas, un fenómeno que comenzó durante el medievo, pero que se extendió varios siglos después en diversos lugares de Europa.

 

No es el caso de mujeres que eran encerradas por castigo, sino de personas que en sus plenas facultades, decidían llevar una vida apartada, buscando un intenso deseo de libertad. En su soledad, eran dueñas de sí mismas y no tenían que dar cuentas a nadie, ni siquiera a las autoridades religiosas o civiles. Se conocen ejemplos de mujeres muradas de distintas clases sociales, desde campesinas hasta ricas y acaudaladas. Su encierro podía ser a solas o en comunidad.

 

El voto de tinieblas no significaba que fuera voto de silencio, como ocurría en algunas órdenes monásticas. Aquellas mujeres eran muy apreciadas y frecuentemente eran visitadas en busca de sus consejos. Se las veía como personas especiales, sabias y con mucha cultura y paz interior, pues dedicarían su tiempo a la lectura, la escritura, el estudio de las ciencias y de las artes.

Murada en una miniatura de un códice medieval. S.XIV.
Murada en una miniatura de un códice medieval. S.XIV.

Era una postura insólita en la época, una libertad de vida demasiado moderna en comparación con otras mujeres que no podían decidir sobre sus vidas. Un acto de rebeldía dentro de un orden. Fueron tan importantes, que el día que decidían comenzar su encierro, se celebraba una ceremonia ritual que simbolizaba el fin de la vida mundana y el nacimiento de su vida en soledad.

 

Entre las historias que forman parte de nuestro CD La Pequeña Juglaresa, no podía faltar una de estas mujeres. Casi no se conocen sus nombres, pero sí el valor que tuvieron para llevar ese estilo de vida en una sociedad compleja y complicada.

 

En su memoria, este pequeño homenaje: La Dama de la Torre